No
debió ser una experiencia fácil trabajar con Sam Katzman puesto que
después de colaborar con él en Surgió
del fondo del mar (It
came from beneath the sea, Robert
Gordon, 1955) y La
Tierra contra los platillos volantes (Earth
vs. Flying Saucers, Fred
F. Sears, 1956), Ray Harryhausen y Charles H. Schneer (co-productor
de ambas cintas junto a Katzman) decidieron aunar fuerzas y crear la
productora Morningside
Productions
para poder así tener un mayor control sobre sus futuras películas.
Sin embargo Sam Katzman, cuyo frenético ritmo de trabajo tuvo su
máximo esplendor en la década de los cincuenta, contribuyó a que
un hombre como Harryhausen pudiera desarrollar sus efectos especiales
de un modo mucho más elaborado del que lo había hecho con
anterioridad. La
tierra contra los platillos volantes no
es precisamente una película brillante: sus interpretaciones no son
de Oscar pero son correctas, del mismo modo que la dirección, que
corre a cargo del también actor Fred S. Fears1,
está desempeñada de manera digna y eficiente – ayudada por la
estupenda fotografía de Fred Jackman Jr. -, pero no consigue
sobresalir en ningún aspecto salvo, eso sí, cuando entran en acción
los imponentes efectos especiales de Harryhausen, llevados a cabo de
una manera espectacular y sin que el escaso presupuesto del que
disponía la cinta (propio de una serie B de la época) hiciera mella
en el resultado. Para ello Harryhausen se valió de sobreimpresiones
de explosiones, tomas de archivo de incendios reales y su inigualable
magia animando mediante el stop-motion2.
La premisa de La
Tierra contra los platillos volantes tampoco
despierta un interés desmesurado y se limita a ser el argumento de
una película más de ciencia ficción de los cincuenta, pero no
deberíamos pasar por alto el hecho de que tras el libreto hallemos a
Curt Siodmak - que junto a Schneer y el propio Harryhausen escribió
el argumento que luego estructuró en forma de guión Bernard Gordon
y Geroge Worthing Yates –, un guionista capaz de llenar sus
trabajos de matices y segundas (y terceras) lecturas, como tal es el
caso de la emblemática El
hombre lobo (The
Wolf Man, George
Waggner, 1941)3.
Por consiguiente, quizás en el guión, como también ocurre con los
efectos especiales, encontremos más motivos para disfrutarla y que
el sencillo resultado de la cinta gane unos cuantos enteros.
La
situación que nos presenta La
Tierra contra los platillos volantes queda
dibujada nada más empezar la película: después de una breve
introducción con un tono documental, sobre la cantidad de OVNIS que
cruzan el cielo americano y del control que intenta tener el ejército
sobre ellos, nos son presentados un par de recién casados - el Dr.
Russell A. Marvin (Hugh Marlowe) y su esposa (y secretaria) Carol
Marvin (Joan Taylor) - que viajan en un vehículo hacía el centro de
operaciones espaciales en el que trabajan, cuando son asaltados por
un OVNI en mitad de la carretera. Dicha situación no entrañaría
nada especial dentro de lo que cabe (estamos ante una película de
ciencia ficción, claro) pero si atendemos a lo que ocurre en el
interior del automóvil la cosa cambia: el buen doctor se pone
“cariñoso” y Carol le rechaza poniéndole como excusa que ahora
que están casados no puede tontear con su secretaria (ATENCIÓN) y
después le recrimina que se muestre tan reticente a la hora de
compartir sus éxitos profesionales con ella (eso sí, con una
sonrisa perenne en los labios). Una vez llegados al centro de
operaciones, y ante un nuevo rechazo pasional por parte de Carol
hacia su marido, el Dr. Russell verá como un nuevo cohete expulsado
al espacio es destruido misteriosamente. Es entonces cuando entra en
acción el General John Hanley (Morris Ankrum), padre de Carol y
nuevo y flamante suegro del Doctor: tras descubrir que ambos han
contraído matrimonio a sus espaldas (nuevamente con una sonrisa en
los labios, aquí todo el mundo es feliz), advierte que algo malo
está ocurriendo en el exterior y aconseja a su yerno que no envíe
más naves al espacio. Lamentablemente el Dr. Russell no hace caso y
lanza un nuevo cohete sin obtener ningún éxito, pero por si fuera
poco un platillo volante aterriza y ataca el lugar donde se
encuentran. Tanto Carol como Russell logran sobrevivir en las
profundidades de la base y descubren un mensaje de los
extraterrestres que ellos mismos habían registrado durante su primer
encuentro con ellos. El Doctor se maldice por no haber sido capaz de
haber descubierto con anterioridad dicho comunicado espacial e
intenta un nuevo acercamiento con los extraterrestres. Pero las cosas
parecen complicarse y descubren que están obteniendo información de
altos cargos de los Estados Unidos para lograr conquistar el país,
¿y quién mejor que el mismo suegro de Russell (recordemos, un
importante general) para conseguir este propósito? Es entonces
cuando Russell entiende que debería haber hecho caso a su esposa, al
padre de ésta y, bueno, a todos los que veían con recelo la extraña
visita de estos seres de otra galaxia al planeta Tierra. Llegó la
hora de atacar, de defender su país, así que mediante una serie de
descubrimientos de lo más inverosímiles y siempre con la ayuda de
su fiel compañera, el Dr. Russell encuentra algunas artimañas para
contraatacar a los peligrosos alienígenas.
Pues
bien, llegados a este punto, cabría hacerse una serie de preguntas
respecto a lo que podrían representar esos “platillos volantes”,
pero para ello deberíamos fijarnos en algunos detalles que pueden
pasar desapercibidos a primera vista. El primero es sin lugar a dudas
el más importante y llamativo, y es que, pese a que el buen doctor
lo intenta con todo el empeño del mundo, jamás logra besar a su
mujer. Hugh Marlowe y Joan Taylor no juntan sus labios en toda la
película. Desconozco si se llevaban mal entre ellos, o es que alguno
de los dos tenía problemas de halitosis, pero la cosa funciona de
ese modo: no hay beso entre los dos amantes durante todo el metraje.
Por lo tanto deberíamos preguntarnos si esos cohetes que envía el
Dr. Russell no podrían ser otra metáfora de algo. Algo que fuera
más allá de la típica película de ci-fi que nos advierte de los
peligros de una posible invasión comunista (v.
Nota 3),
y bien podría ser que el Doctor “investigase el espacio exterior”
en busca de algo que “no encuentra en casa”. Eso podría explicar
que Carol le dijera a su marido (con una amplia sonrisa en mitad de
la cara, por supuesto) que estando casados no podía “coquetear con
la secretaria” para evitar todos y cada uno de los besos furtivos
que el Dr. Russell le intenta dar, cuando recordemos, tanto la esposa
como la secretaria son la misma persona (¡!). Pero de ser así, si
de verdad esos cohetes son una metáfora de los escarceos sexuales de
Russell, deberíamos continuar formulándonos por qué demonios su
esposa se niega a entregarse a la pasión y lo besa de una maldita
vez. ¿Para qué se casan las personas sino es precisamente para eso,
para consumar su amor? Pues porque la principal función del
matrimonio, desde el punto de vista más carca y tradicional, es la
de traer criaturas al mundo y eso es precisamente lo que Carol le
está exigiendo a su marido, es decir, “no te voy a dar ningún
beso y en el espacio sólo encontrarás peligro, así que consumaremos nuestro amor
para fabricar chiquillos”. Eso explicaría que tras vencer a esos
platillos volantes del título, el Dr. Russell comparta al fin sus
éxitos con su esposa – él recibe una medalla de oro por sus
proezas y valor, y la reparte entregándole a ella una medalla de
“amor” (¿¡!?) por estar siempre con él -, y que ambos se metan
en el mar, símbolo de fertilidad en la antigüedad, al finalizar la
cinta.
Por
lo tanto queda demostrado (o sí no, al menos eso he intentado) su
valía y que a pesar de lo llana que pueda parecer, La
Tierra contra los platillos volantes contiene
un, digamos, curioso entramado en su fuero interno que junto a la
magia de Harryhausen, la convierten en una pieza de culto totalmente
disfrutable e inolvidable. Pero si aún así lo único que se quiere
es ver una película de invasiones alienígenas de los cincuenta, La
Tierra contra los platillos volantes es
una pequeña cinta de serie B que cumple con creces con su cometido.
1
La colaboración de Sears con Katzman supera la veintena de
películas en apenas siete años, llegando a dirigir más de la
mitad de éstas en los últimos tres años de su relación. Teen-age
Crime Wave, Inside
Detroit, Rock
Around the Clock, The
Werewolf, La
Tierra contra los platillos volantes,
Miami Exposé,
Don’t Knock the Rock,
Utah Blaine,
The Night the World Exploded,
The Giant Claw,
Calypso Heat Wave,
Escape from San Quentin,
The World Was His Jury,
Going Steady
y Crash Landing,
son sólo una muestra de esta fructífera unión.
2
También se añadieron algunos planos de La guerra de los mundos
(una torre estallando), Ultimátum a la Tierra (un plano
de la Tierra y la Luna) y Cohete K-1 (unos meteoritos), según
apunta Carlos Díaz Maroto en su libro “Ray Harryhausen. El
mago del stop-motion”, editado por Calamar Ediciones.
3
Por ejemplo, en este caso concreto se ha podido establecer una
relectura sobre la Segunda Guerra Mundial siendo nuestro hombre lobo
una metáfora de las atrocidades que puede cometer un hombre “bueno”
en un conflicto bélico. Pero además es una historia llena de
moralina en la que, cual tragedia griega, se nos cuenta el castigo
de un padre a su hijo, ya que éste no atiende a los negocios
familiares y se dedica flirtear con una joven ya comprometida con
otro hombre.
1 comentario:
Entrañable película que veía una y otra vez de niño con mi proyector Super-8 mm. La escena de la destrucción del Capitolio parece que fue homenajeada en "Independence Day".
Saludos. Borgo.
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