miércoles, 31 de julio de 2013

LA TIERRA CONTRA LOS PLATILLOS VOLANTES (1956)



No debió ser una experiencia fácil trabajar con Sam Katzman puesto que después de colaborar con él en Surgió del fondo del mar (It came from beneath the sea, Robert Gordon, 1955) y La Tierra contra los platillos volantes (Earth vs. Flying Saucers, Fred F. Sears, 1956), Ray Harryhausen y Charles H. Schneer (co-productor de ambas cintas junto a Katzman) decidieron aunar fuerzas y crear la productora Morningside Productions para poder así tener un mayor control sobre sus futuras películas. Sin embargo Sam Katzman, cuyo frenético ritmo de trabajo tuvo su máximo esplendor en la década de los cincuenta, contribuyó a que un hombre como Harryhausen pudiera desarrollar sus efectos especiales de un modo mucho más elaborado del que lo había hecho con anterioridad. La tierra contra los platillos volantes no es precisamente una película brillante: sus interpretaciones no son de Oscar pero son correctas, del mismo modo que la dirección, que corre a cargo del también actor Fred S. Fears1, está desempeñada de manera digna y eficiente – ayudada por la estupenda fotografía de Fred Jackman Jr. -, pero no consigue sobresalir en ningún aspecto salvo, eso sí, cuando entran en acción los imponentes efectos especiales de Harryhausen, llevados a cabo de una manera espectacular y sin que el escaso presupuesto del que disponía la cinta (propio de una serie B de la época) hiciera mella en el resultado. Para ello Harryhausen se valió de sobreimpresiones de explosiones, tomas de archivo de incendios reales y su inigualable magia animando mediante el stop-motion2. La premisa de La Tierra contra los platillos volantes tampoco despierta un interés desmesurado y se limita a ser el argumento de una película más de ciencia ficción de los cincuenta, pero no deberíamos pasar por alto el hecho de que tras el libreto hallemos a Curt Siodmak - que junto a Schneer y el propio Harryhausen escribió el argumento que luego estructuró en forma de guión Bernard Gordon y Geroge Worthing Yates –, un guionista capaz de llenar sus trabajos de matices y segundas (y terceras) lecturas, como tal es el caso de la emblemática El hombre lobo (The Wolf Man, George Waggner, 1941)3. Por consiguiente, quizás en el guión, como también ocurre con los efectos especiales, encontremos más motivos para disfrutarla y que el sencillo resultado de la cinta gane unos cuantos enteros.


La situación que nos presenta La Tierra contra los platillos volantes queda dibujada nada más empezar la película: después de una breve introducción con un tono documental, sobre la cantidad de OVNIS que cruzan el cielo americano y del control que intenta tener el ejército sobre ellos, nos son presentados un par de recién casados - el Dr. Russell A. Marvin (Hugh Marlowe) y su esposa (y secretaria) Carol Marvin (Joan Taylor) - que viajan en un vehículo hacía el centro de operaciones espaciales en el que trabajan, cuando son asaltados por un OVNI en mitad de la carretera. Dicha situación no entrañaría nada especial dentro de lo que cabe (estamos ante una película de ciencia ficción, claro) pero si atendemos a lo que ocurre en el interior del automóvil la cosa cambia: el buen doctor se pone “cariñoso” y Carol le rechaza poniéndole como excusa que ahora que están casados no puede tontear con su secretaria (ATENCIÓN) y después le recrimina que se muestre tan reticente a la hora de compartir sus éxitos profesionales con ella (eso sí, con una sonrisa perenne en los labios). Una vez llegados al centro de operaciones, y ante un nuevo rechazo pasional por parte de Carol hacia su marido, el Dr. Russell verá como un nuevo cohete expulsado al espacio es destruido misteriosamente. Es entonces cuando entra en acción el General John Hanley (Morris Ankrum), padre de Carol y nuevo y flamante suegro del Doctor: tras descubrir que ambos han contraído matrimonio a sus espaldas (nuevamente con una sonrisa en los labios, aquí todo el mundo es feliz), advierte que algo malo está ocurriendo en el exterior y aconseja a su yerno que no envíe más naves al espacio. Lamentablemente el Dr. Russell no hace caso y lanza un nuevo cohete sin obtener ningún éxito, pero por si fuera poco un platillo volante aterriza y ataca el lugar donde se encuentran. Tanto Carol como Russell logran sobrevivir en las profundidades de la base y descubren un mensaje de los extraterrestres que ellos mismos habían registrado durante su primer encuentro con ellos. El Doctor se maldice por no haber sido capaz de haber descubierto con anterioridad dicho comunicado espacial e intenta un nuevo acercamiento con los extraterrestres. Pero las cosas parecen complicarse y descubren que están obteniendo información de altos cargos de los Estados Unidos para lograr conquistar el país, ¿y quién mejor que el mismo suegro de Russell (recordemos, un importante general) para conseguir este propósito? Es entonces cuando Russell entiende que debería haber hecho caso a su esposa, al padre de ésta y, bueno, a todos los que veían con recelo la extraña visita de estos seres de otra galaxia al planeta Tierra. Llegó la hora de atacar, de defender su país, así que mediante una serie de descubrimientos de lo más inverosímiles y siempre con la ayuda de su fiel compañera, el Dr. Russell encuentra algunas artimañas para contraatacar a los peligrosos alienígenas.


Pues bien, llegados a este punto, cabría hacerse una serie de preguntas respecto a lo que podrían representar esos “platillos volantes”, pero para ello deberíamos fijarnos en algunos detalles que pueden pasar desapercibidos a primera vista. El primero es sin lugar a dudas el más importante y llamativo, y es que, pese a que el buen doctor lo intenta con todo el empeño del mundo, jamás logra besar a su mujer. Hugh Marlowe y Joan Taylor no juntan sus labios en toda la película. Desconozco si se llevaban mal entre ellos, o es que alguno de los dos tenía problemas de halitosis, pero la cosa funciona de ese modo: no hay beso entre los dos amantes durante todo el metraje. Por lo tanto deberíamos preguntarnos si esos cohetes que envía el Dr. Russell no podrían ser otra metáfora de algo. Algo que fuera más allá de la típica película de ci-fi que nos advierte de los peligros de una posible invasión comunista (v. Nota 3), y bien podría ser que el Doctor “investigase el espacio exterior” en busca de algo que “no encuentra en casa”. Eso podría explicar que Carol le dijera a su marido (con una amplia sonrisa en mitad de la cara, por supuesto) que estando casados no podía “coquetear con la secretaria” para evitar todos y cada uno de los besos furtivos que el Dr. Russell le intenta dar, cuando recordemos, tanto la esposa como la secretaria son la misma persona (¡!). Pero de ser así, si de verdad esos cohetes son una metáfora de los escarceos sexuales de Russell, deberíamos continuar formulándonos por qué demonios su esposa se niega a entregarse a la pasión y lo besa de una maldita vez. ¿Para qué se casan las personas sino es precisamente para eso, para consumar su amor? Pues porque la principal función del matrimonio, desde el punto de vista más carca y tradicional, es la de traer criaturas al mundo y eso es precisamente lo que Carol le está exigiendo a su marido, es decir, “no te voy a dar ningún beso y en el espacio sólo encontrarás peligro, así que consumaremos nuestro amor para fabricar chiquillos”. Eso explicaría que tras vencer a esos platillos volantes del título, el Dr. Russell comparta al fin sus éxitos con su esposa – él recibe una medalla de oro por sus proezas y valor, y la reparte entregándole a ella una medalla de “amor” (¿¡!?) por estar siempre con él -, y que ambos se metan en el mar, símbolo de fertilidad en la antigüedad, al finalizar la cinta.


Por lo tanto queda demostrado (o sí no, al menos eso he intentado) su valía y que a pesar de lo llana que pueda parecer, La Tierra contra los platillos volantes contiene un, digamos, curioso entramado en su fuero interno que junto a la magia de Harryhausen, la convierten en una pieza de culto totalmente disfrutable e inolvidable. Pero si aún así lo único que se quiere es ver una película de invasiones alienígenas de los cincuenta, La Tierra contra los platillos volantes es una pequeña cinta de serie B que cumple con creces con su cometido.


1 La colaboración de Sears con Katzman supera la veintena de películas en apenas siete años, llegando a dirigir más de la mitad de éstas en los últimos tres años de su relación. Teen-age Crime Wave, Inside Detroit, Rock Around the Clock, The Werewolf, La Tierra contra los platillos volantes, Miami Exposé, Don’t Knock the Rock, Utah Blaine, The Night the World Exploded, The Giant Claw, Calypso Heat Wave, Escape from San Quentin, The World Was His Jury, Going Steady y Crash Landing, son sólo una muestra de esta fructífera unión.

2 También se añadieron algunos planos de La guerra de los mundos (una torre estallando), Ultimátum a la Tierra (un plano de la Tierra y la Luna) y Cohete K-1 (unos meteoritos), según apunta Carlos Díaz Maroto en su libro “Ray Harryhausen. El mago del stop-motion”, editado por Calamar Ediciones.

3 Por ejemplo, en este caso concreto se ha podido establecer una relectura sobre la Segunda Guerra Mundial siendo nuestro hombre lobo una metáfora de las atrocidades que puede cometer un hombre “bueno” en un conflicto bélico. Pero además es una historia llena de moralina en la que, cual tragedia griega, se nos cuenta el castigo de un padre a su hijo, ya que éste no atiende a los negocios familiares y se dedica flirtear con una joven ya comprometida con otro hombre.

1 comentario:

miquel zueras dijo...

Entrañable película que veía una y otra vez de niño con mi proyector Super-8 mm. La escena de la destrucción del Capitolio parece que fue homenajeada en "Independence Day".
Saludos. Borgo.