Antes de empezar debo aclarar
que “Ghost in the Shell” es uno de
mis cómics favoritos. Todavía recuerdo la perplejidad que sentí la primera vez que
me topé con este comic escrito y dibujado por el gran Masamune Shirow. Una obra
densa, compleja y llena de detalles. También tenía grandes dosis de humor y
erotismo (¡el flipe que supuso descubrir esa pequeña escena lésbica entre
androides haciéndose un dedo!)… Y claro, luego llegó el animé firmado por
Mamoru Oshii… Una película de animación que ni de lejos llega a captar el
espíritu del manga de Shirow pero que tenía los suficientes elementos para ser
recordada con agrado con el paso del tiempo (en el momento de su estreno, la
verdad es que me quedé más o menos igual). Ahora, cuando han pasado más de
veinte años, Hollywood se dispone a hacer un remake del animé (sí, del animé,
creo que de Shirow han pasado totalmente) y, pese al bello empaque y la
prodigiosa banda sonora de la que goza, este “Ghost in the Shell” está prácticamente vacía. Irónicamente en el
personaje interpretado por Scarlett Johansson –un prototípico androide al que se
le ha implantado un cerebro humano (el alma, para entendernos) y que tiene un
debate sobre quién es realmente- vemos ejemplificado a la perfección lo que le
ocurre a la película: nos quedamos embelesados por la belleza y el cuerpo de
Major, nuestra protagonista, pero nos da prácticamente igual lo que le ocurra.
Sí, todo el diseño y puesta en escena mola mucho, ¡y encima sale Takeshi Kitano!
Pero, ¿y luego qué? Esperemos que de darse el caso de que se produzcan otras
secuelas, estas cojan rumbos más certeros y profundos porque aquí se quedan a
medias.
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